“Usted es terco, mire, vea. Así que usted no termina de convencerse de que si se porta bien y coge mal y va todos los domingos a una iglesia y se confiesa y cumple con sus penitencias después se va a pasar unos milenios en el tiempo compartido Paraíso con angelitos que le toquen el arpa sin cosquillas; no se convence, y sin embargo debe aceptar que en la Argentina no haya aborto legal porque los curas que sí lo creen no quieren esas cosas. O usted, impío, no imagina que, porque Cavallo violó el mandamiento que dice no robarás o su ex jefe Videla el de no matarás, vayan a pasarse los siglos de los siglos quemándose en un asado de sí mismos alimentado por diablitos; no lo imagina, y sin embargo tiene que bancarse que los curas decidan que no se pueden ver ciertas películas. O yo no quiero creer que un bebé nacido hace dos mil y pocos años de una madre virgen en un pesebre palestino caminara sobre las aguas los días que no resucitaba muertos o sacaba peces de la galera, y que después se hiciera matar para salvarnos de la condena eterna, inaugurando una lista interminable de suicidas heroicos que llega hasta los talibanes: me cuesta suponerlo y sin embargo este miércoles voy a cenar con una cantidad de parientes porque la iglesia católica apostólica ha establecido esa costumbre a partir de esas historias increíbles” –escribí hace muchos años en la revista Veintiuno, y todavía no consigo pensar demasiado distinto ni la realidad ha cambiado suficiente como para hacerme cambiar un par de comas.
Sigo pensando: que la prueba de la victoria de una idea es que condicione las vidas de los que no creen en ella. Y que si hay algo que triunfó en este mundo, mucho más que cualquier globalización o rocanrol o fútbol pasión de multitudes o mcdonald’s en flor es la iglesia católica y su mitología. La Nabidad es el monumento a ese éxito: el día en todos se lo festejamos y le decimos biba biba.
–¡Feliz nabidad, mi querido!
–¿Usted quiere decir que el recuerdo del nacimiento de un bebé palestino que quizás haya existido aunque seguro que no como lo cuentan me dé satisfacción, bonanza y regocijo? ¿O que me convenza de que toda esa gente que no soporto, mis vecinos mis compañeros de trabajo mis parientes mis clientes los hinchas de sportivo cambaceres los políticos los patrones los banqueros de últimas son buenos y tengo que quererlos? ¿O que me lance a consumir desesperadamente para tener por unos días la ilusión de que yo también soy uno de esos que hacen esas cosas? ¿O que imagine que a partir de la semana próxima todo cambiará y se abrirá un ciclo distinto en mi vida donde yo voy a ser otro y todo va a ser distinto brillante inmejorable? ¿O que crea en la importancia de la bondad universal porque si no lo llego a creer me voy a quemar para siempre en las llamas del infierno? ¿O que me haga el boludo y me calle y cante con el coro…?
Lo dicho: la Nabidad es el tributo que le rendimos cada año a la potencia increíble de una ideología que triunfó. El momento en que todos funcionamos a partir de un conjunto de relatos y pautas de conducta que inventaron unos sacerdotes a lo largo de doscientos o trescientos años hace casi dos mil –y cuyos continuadores civiles y militares supieron imponerlos con la cruz y la espada y algún fuego y la decisión inquebrantable de decidir lo que podíamos y, sobre todo, lo que no podíamos hacer con nuestras vidas.
Una cosa sería que los cristianos celebraran su fiesta, como los judíos iom kippur o los musulmanes ramadán. Otra, que todos todos todos sigamos su ritual. Aunque no pensamos en eso cada año, cuando la Nabidad. No hay nada más exitoso que una ideología que ya no parece ni siquiera serlo, sino lo normal, lo ¿natural? Es enternecedor ver cómo y cuánto lo aceptamos, cómo y cuánto lo actuamos: forma parte de nuestras vidas de un modo inseparable, y muchos se ofenderían si les preguntáramos por qué rinden culto, todavía, a un conjunto de mitos palestinos. Así que no lo haremos, y esta noche festejaremos con espuma y pan dulce la constancia de una leyenda antigua. Muy feliz nabidad, salaam aleko –y que el Señor nos coja confesados.
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2 comentarios:
yo no soy ella...
...y si Martín Caparrós copió y pegó?? esto es internet...
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